Santos López poeta y periodista de Guanipa nos conecta con sus raíces en “Canto de luz negra”

EL TIGRE. Santos López es un poeta de las recurrencias. En una sociedad que cada vez está más desconectada de sus raíces primigenias, él le canta al eterno círculo de la vida, a ese perpetuo fluir que lleva a la semilla a ser planta, y a la planta a dejar nuevamente su fruto a lo largo de varias generaciones donde se van acumulando los ancestros como un legado que, afirma, permanece latente en lo más profundo de nuestras consciencias.

En Canto de luz negra, su más reciente poemario, el autor hace una oda a esa recurrencia que, asegura, está presente en la naturaleza: desde el ciclo del día y la noche o de la lluvia, hasta el de la circulación sanguínea. “Somos una hermosa recurrencia. No estás nuevo en esta vida, tienes ya muchas otras encarnaciones hasta ahora”, reflexiona.  

Arropado por la sombra de una palma que lo cubre del fuerte sol que penetra en el jardín de su casa, López señala que su poesía intenta mantenerse fiel a los patrones que teje la naturaleza, marcando en sus propios versos un ritmo lo más cercano posible a la respiración. 

Antes de iniciar el libro, explica mediante una anécdota -que puede ser real o no- que estos textos no son enteramente suyos, pues antes un tal Solórzano había dejado una carpeta con los poemas que más tarde heredó para reescribir y estructurar en cinco cantos dedicados al amor espiritual, la madre selva, el exilio, la violencia y el silencio. Junto a otros dos poemas de su autoría, Mandamiento y Katabasis, completa las siete estancias como quien ha sido encargado de terminar una obra inconclusa. 

“Todos esos poemas tienen el rasgo de incompletos, y mañana puede venir alguien a habitarlos. Los retoma, los reescribe o toma de allí lo que quiera, y eso es válido”, acota. 

–¿Podría decir entonces que la poesía es un constante pasar la antorcha a otras generaciones?

–Es como una permanente recreación, apropiación, robo... Hay muchas maneras de decirlo, pero la poesía es como un fluir permanentemente encima de lo que vas llevando con tu corazón y con tu sensibilidad.

López (San José de Guanipa, Anzoátegui, 1955), desdeña el sentido utilitario que la modernidad da a cualquier profesión en función de si es práctico o no. Considera, por el contrario, a la poesía como una hija del ocio, “una forma de vagar, de no hacerse útil, o de no estar en lo útil que la gente ordinariamente enseña”. 

Por ello, para el dos veces ganador del Premio Municipal de Poesía y fundador de la Casa de la Poesía Pérez Bonalde, el poeta, aunque tiene “el peor oficio del mundo”, también tiene el gran poder, porque busca aproximarse a la cara oculta de la realidad, y de transmitir el conocimiento para acceder a lo que es invisible a los ojos. 

 

El juego del silencio

Mientras juega repetidamente con su barba trenzada en forma de clineja, López comenta que durante el proceso de diseño de Canto de luz negra, tanto él como la diseñadora Sabrina Cabrera se percataron de que el libro estaba formado por siete arquetipos que simbolizaban los temas de cada estancia, por lo que decidieron crear siete cartas de un Oráculo del silencio, que sirve para representar un juego con el lector.  

“En el fondo, el libro lo que propone es volver a ser niño, y los niños juegan. Las cartas representan, además, algo bien puntual, y es que nos reconciliemos con ese sentido oracular que tenemos los seres humanos de intercambiar con el mundo invisible”, agrega. 

 

–¿Y hay una forma de jugar con este Oráculo, o queda a la libre interpretación del lector? 

–Para interactuar no se necesita una forma. Hay cosas que se aprenden sin guía. Es necesario pues el mundo oracular conforma un plano de la consciencia humana y hacia allá apunta el libro, y el paradigma es el silencio, lo que está opuesto a la palabra. Porque la palabra es lo útil, pero el silencio se vuelve inútil.

–¿Qué representa para usted el silencio?

–Es tal vez una de las metas que deberíamos aprender en todo proceso colectivo. No nos enseñan el valor del silencio y, por supuesto, nos cuesta a los seres humanos cada día más compartir la experiencia del silencio en la vida. Es difícil hoy encontrarle valor en una sociedad que te invade de ruido, todo tiene que ser sonido, y resulta que el silencio se vuelve la otra parte importante de nuestra vida, es como nacer y morir. No dejarnos reconocer el silencio sería lo mismo que no reconocer a la muerte, y resulta que ambas son dos caras de la misma moneda. 

 

La violencia es perversión

Aunque la primera parte del libro se centra en el retorno a los ancestros, y una oda a la vida y el amor que emerge del espíritu, toda luz también posee su parte oscura, y en su Canto a las víctimas y Canto al exilio, el poeta habla de la tragedia de dos amantes asesinados, un equipo de fútbol masacrado por la policía, o el drama de los millones de desplazados que huyen sin mirar atrás, porque sus patrias han sido secuestradas por tiranos. 

Para él, la violencia es una perversión de la agresividad masculina. “Lo masculino es agresivo, pero la agresión en función de la naturaleza. Una semilla brota del suelo de forma agresiva. La agresión para nacer es el impulso, es lo genético, pero cuando el hombre manipula la agresión y la pervierte, ejerce la violencia, y la violencia más perversa es la de los autoritarismos que han generado guerras, devastaciones, intolerancia, y todos los mecanismos que atentan contra la convivencia”, asevera.

 

Más allá de la experiencia y la emoción, la necesidad de escribir sobre estos dramas trasciende las fronteras de todos los países, y por eso en sus versos usa la metáfora de la ciudad antigua de Uruk -sacada del antiguo poema de Gilgamesh-, “que puede ser Caracas, Ciudad de México, La Habana o cualquier capital del mundo”. 

 

Sin editoriales

Canto de luz oscura es una autopublicación hecha por el propio Santos con el apoyo de Banke Producciones y la Fundación La Poeteca. La experiencia editorial del poeta le permitió emprender esta aventura sin el apoyo de ningún sello reconocido.

Admite que actualmente las grandes editoriales independientes hacen enormes esfuerzos para sobrevivir, pues atraviesan una situación compleja que las ha llevado al borde de la desaparición. "Las editoriales que antes estaban al servicio de los poetas y autores, ya no lo están, y las que están, están secuestradas".

Aunque destaca el apoyo que iniciativas como La Poeteca para la difusión y distribución de la poesía, López, quien publicó su primer libro a los 20 años, está preocupado por la falta de oportunidades para los jóvenes poetas que intentan abrirse paso en el mundo editorial.

"Yo quisiera pensar que esta situación sea pasajera y que de alguna manera encontremos un mecanismo para dar difusión a los poetas más jóvenes que lo necesitan, porque necesitan estímulo y eso se logra al darles difusión. Actualmente no hay revistas, ni suplementos, ni espacios para acoger a los más jóvenes. Quisiera pensar que se presentase un escenario distinto donde pudiéramos difundirlos", expresa quien alguna vez promovió 11 ediciones de Concurso Nacional de Poesía para Liceístas.

 

Fuente: www.eluniversal.com