José “Cheo” Salazar:
El daño emocional infringido por la revolución

“La felicidad se consigue cuando ponemos de acuerdo la razón y la emoción con nuestras acciones”

(Del libro Educación emocional para todos)

Hay daños que se ven se sienten y se sufren. Hay otros que se sienten y se sufren, no se ven a simple vista, pero a mí entender son los más terribles, espantosos y peligrosos para la sociedad: Es el concerniente a la salud mental. Me refiero a los daños emocionales. El venezolano, en estos 20 años de involución, ha perdido su equilibrio emocional. Los factores son múltiples, sin embargo, hay uno que destaca y es el relacionado a la forzada disgregación y separación de la familia. Ese daño es inconmensurable.

Los venezolanos nunca fuimos emigrantes. Hubo tiempos dictatoriales dónde se aplicaron destierros. Ese “castigo” fue considerado un crimen tan inhumano que fue proscrito, cuando el país alcanzó la democracia, que perduró 40 años ininterrumpidos. Todos pensaron que esa perversa práctica había desaparecido para siempre. Estábamos equivocados. Los gorilas verdes enseñaron el pelaje, volvieron a instalar un régimen militarista y, no sólo volvieron los destierros por razones políticas, sino que, crearon condiciones sociales tan terroríficas que millones de compatriotas han huido despavoridos. La consumación de una tragedia.

La diáspora, ha creado un problema social, económico y emocional en el país, amén de que creo, una crisis humanitaria en la región. Nuestros apuros llegaron con toda intensidad a los países vecinos. La tranquilidad, el sosiego y la paz de la familia fue destruida por la mal llamada revolución. En la familia venezolana, nunca se habló de emigrar. En las reuniones familiares se compartía lo mucho, poco y hasta alguna necesidad, pero a nadie, se le ocurría decir que estaba pasando hambre. Y, si alguien le decía “tú como que estás pasando hambre”, se ofendía. La dignidad, no permitía semejante burla. “Soy dueño de mi hambre”, se repetía con orgullo.

La hecatombe social y económica, que llegó con la mal llamada revolución, no sólo hizo que la gente reconociera públicamente que está pasando hambre, que la familia ya no puede compartir con holgura ni con estrechez, lo que en sí mismo en una tragedia, sino que millones, especialmente jóvenes, han tenido que marcharse del país, creando la peor de la crisis: la emocional. No hay sosiego. Los padres, hijos, hermanos, tíos, primos están esparcidos por el mundo. Eso, aunque muchos, por valentía, lo nieguen quita el sueño y saltan las lágrimas cuando estamos solos y en momentos, que deberían ser de descanso. El que lo niegue no tiene corazón en el pecho. 

No hay fin de semana, días feriados, cumpleaños, celebraciones y navidades felices con familias separadas. Es el caldo de cultivo para todo tipo de crisis, dónde indiscutiblemente la más delicada, grave y criminal es la emocional, la madre de todas las enfermedades. Así nadie puede vivir en paz ni mucho menos feliz. No pongas esa cara porque se diga la verdad, diría un amigo. No se puede poner de acuerdo, la razón y la emoción. Una cruel realidad.

En conclusión: cuando se haga el balance de los daños causados a la sociedad venezolana en estos 20 años de involución, no hay un ápice de dudas, es y será el emocional. Y, sino que lo digan los desterrados, exiliados y forzados a emigrar. Es de terror.