En Venezuela, desde hace poco tiempo, sumaron el delito de “traición a la patria” al compendio normativo-institucional. Fue una decisión que se hizo acompañar de un legajo de ridículas conjeturas dirigidas a sancionar aludidas “agresiones de odio”. Sin embargo, a este respecto valen algunas consideraciones. No sólo el concepto de “traición” tiene una ascendencia o procedencia, que traspasa límites políticos, sociales y culturales. Sino que su concepción se hunde en el lodazal del infundio, la impudicia y la desfachatez. Pero también, el concepto de “odio” es de difícil comprensión toda vez que trasciende los áridos campos donde se cultiva el envilecimiento en conjunto con la ausencia de inteligencia.
De manera que tanto la “traición” como el “odio”, desde esta perspectiva, pudiera decirse que son alimañas dialécticas del mismo caño. Pero que en medio de la política, o de la politiquería, adquieren un significado tan particular que solamente pueden entenderse por quienes menos capacidad para inferir lo que sus verdaderas realidades son capaces de determinar.
Especialmente, cuando el ejercicio de la política ocurre en un ámbito donde impera la ofuscación, particularmente provocada por la codicia disfrazada de palabras que exhortan voluntades. Pero voluntades tan mediocres que sólo mueven realidades disfrazadas de ilusas ideologías. Y que, engañosamente, exaltan valores políticos presuntamente asociados con libertades y derechos.
Es ahí donde caben y moran quienes distraen al pueblo con retórica de orilla. Mientras que sus acciones, son cauces por donde corren encubiertas traiciones por causa de odio. Pero de un odio no tanto radicado en el otro, como enclavado en el mismo acusador que hace el cargo. Y que además, no es más que un oficiante de la politiquería o furibundo resentido.
Asimismo, opera la traición. Sobre todo aquella de la que se dice “traición a la patria”. Y es que el problema se interna en interpretaciones que se confunden en su misma comprensión. O se enredan en su esencia epistemológica. Por eso, en política, la acusación de “traidor” sirve para trazar consideraciones que benefician al acusador en su papel de detractor, difamador, delator, querellante, inculpador o calumniador.
Generalmente, dada las rivalidades, egoísmos o envidias propias del ejercicio político de gobierno, la “traición” se emplea como un epíteto o apelativo mediante el cual se hace posible reducir la disposición política o capital político de quien, como contrario, es acusado de “traidor”. Y peor aun cuando es señalado por el mentado delito de “traición a la patria”. Además, difícil de probar con la legitimidad del caso.
Cualquier suposición o falsa imputación, a los efectos políticos, sirve para encausar la acusación de “traición a la patria”. Así ocurre, aún cuando sin tenerse claridad sobre el concepto de “patria”. Más, sin tener claro conocimiento de que el mismo es multidimensional en virtud de sus múltiples acepciones. No obstante, sigue siendo una frase bastante manoseada con el fin de urdir cualquier tipo de amenaza y posible sanción.
En Venezuela, desdichadamente, el régimen continúa empeñado en silenciar a la oposición democrática. Para ello, ha vuelto a acusar de “traición a la patria” a quien lo ha enfrentado y desnudado. Al presidente de la Asamblea Nacional, diputado Juan Guaidó. Presidente interino del país a instancia de la Constitución de la República. Reconocido como tal, por más de sesenta países. Según el régimen, Guaidó “ (…) estaría detrás de un plan mediante el cual busca cederle el territorio de la Guayana Esequiba a empresas transnacionales”. De esa forma, el régimen socialista asedia y acecha nuevamente a Guaidó.
No por ello, pueda garantizarse el éxito de la diatriba la cual -hace más de sesenta años- tiene planteada Venezuela ante tribunales internacionales. Pero sin el debido seguimiento que el problema amerita. Más aún, cuando próximo a dicho escenario, en el territorio guayanés asentado en el estado Bolívar, Guayana adentro, el mismo régimen ha permitido el arrase de extensos terrenos en pos de la inmisericorde explotación de minerales fundamentales como el oro, el coltán, diamantes, etc. sin que su ejecución sea oficialmente reconocida como destrucción de la geografía guayanesa venezolana. Ni tampoco de la ecología, base de la biodiversidad de la cual se precia el régimen cuando habla de control y cuidado del ambiente. Cuando su discurso exalta el llamado “ecosocialismo”. Ni siquiera por eso lo que puede calificarse como un crudo delito de odio contra tan delicado ambiente.
De manera que luce inmoral escuchar al régimen hacer cualquier referencia que deje entrever la supuesta defensa del Esequibo. Cuando no lejos de dicha situación, ha permitido ejecutorias que desdicen de lo que puede implicar toda actitud de resguardo y reclamo del Esequibo, tanto como de lo que comprende la Guayana venezolana. Y eso sí es ciertamente un delito de traición a la patria. Más, a sabiendas del inminente riesgo que recae sobre la geografía del Cuaternario, comprendida por los tepuyes asentados en el asombroso Macizo Guayanés, en el extraordinario Parque Nacional Canaima. En plena Gran Sabana.
Así que ante tan recurrente y obvia contradicción, cabe entonces preguntarse: ¿quiénes son los traidores que hacen pasarse por patriotas? Entonces, si es esa la situación, vale preguntarse: ¿quiénes traicionan (a la patria)?