Cuando la representante en Inglaterra del autoproclamado, Vanessa Neumann, habla del “Esequibo de Guyana” –casi dice: “de la Exxon”- y llama a callar sobre el tema para no perder el apoyo a Guaidó del Reino Unido, obedece a un impulso genético. Algún autor de los culebrones del siglo XX lo denominaría “El llamado de la sangre”. Pero es, sobre todo, un llamado de clase. La oligarquía decimonónica –¡sus ancestros, pues!- ofreció ceder toda la Guayana a Gran Bretaña a cambio de que invadiera Venezuela y aplastara las tropas federales, comandadas por el general Ezequiel Zamora.
Ayer, en el siglo XIX, pedían la intervención extranjera contra la revolución federal. Hoy, en el XXI, la claman contra la revolución bolivariana. La derecha no muta. Por eso, como diría el viejo Marx, la historia se repite, en nuestro caso, más como tragedia que como farsa, aunque a veces tenga ribetes de comedia. Ejemplo de esto fue cuando un grupo de diputados derechistas arrendó un peñero y se fue al Esequibo a hacer turismo bélico de aventura. No reportaron ninguna baja, ni siquiera por paludismo.
Detrás del silencio impuesto a los pueblos están los yacimientos petroleros. Si lo sabrán los países del Medio Oriente y, en general, los del llamado tercer mundo. Los autores del libro La guerra secreta del petróleo, Jacques Bergier y Bernard Thomas, no usan la expresión “guerra secreta” por exquisitez literaria. Siempre hubo alguien que ordenó callar, llámese Neumann, Standard Oil o Exxon Mobil. Y siempre hubo cipayos que enmudecieron.
En Venezuela, el silencio como preámbulo de la entrega territorial también es una vieja treta oligárquica. La denunciaban en el Congreso Nacional hombres como Andrés Eloy Blanco, Rafael Caldera, Pedro José Lara Peña y Juan Guglielmi, cuando se discutía el Tratado de Límites con Colombia de 1941 y se negaba información al pueblo. De manera que lady Neumann no inaugura en su clase social la línea del silencio, sólo sigue un sietecueros genético que repta por nuestra historia desde tiempos de la Federación.
A Venezuela sólo se le escuchó –o mejor, se hizo oír- cuando su grito libertario fue superior al silencio de la entrega. Ejemplos: ¡Si la naturaleza se opone! ¡Vuelvan caras!, ¡Tierra y hombres libres! ¡La planta insolente! ¡Por ahora!